Mitos y Leyendas guatemaltecas

miércoles, 2 de marzo de 2011

El Sombrerón y Las mulas del zapote

Cuentan que cuando la Finca El Zapote de la ciudad de Guatemala iniciaba en la elaboración de cerveza, los barriles eran transportados en carretas jaladas por mulas, al terminar el día las mulas descansaban en establos dentro de la finca, Sebastián Castillo era el nombre del encargado de cuidarlas, él dormía cerca del establo y estaba pendiente de lo que ocurría con las bestias.

Una noche cuando terminaban de trabajar y ya estando las mulas en el establo, Sebastián decidió descansar, a las pocas horas de haber conciliado el sueño un alboroto dentro del establo lo despertó, tomó su lámpara de aceite y su escopeta y caminó hasta el establo, al entrar encontró a las mulas embravecidas y muy agitadas con espuma saliendo de sus hocicos, Sebastián sorprendido y al mismo tiempo asustado comenzó a buscar entre las bestias el motivo de tal alboroto, pero no encontró nada y decidió ir a descansar nuevamente, pero el relajo continuó toda la madrugada.



Al siguiente día, Sebastián se levantó con esa espinita dentro de él, queriendo saber que era lo que había pasado la noche anterior con las bestias, pero decidió no prestarle mucha importancia y se dirigió al establo a sacar a las mulas para un nuevo día de labores, al abrir las puertas del establo encontró a las mulas con las crines trenzadas, pequeñas y muy bien elaboradas.

Desde ese día las mulas empezaron a rendir menos en su trabajo, caminaban muy despacio y algunas se pusieron muy enfermas, por esta razón los muleros empezaron a azotarlas para así obligarlas a trabajar y a que caminaran más rápido, lo que no sabían era que las mulas estaban cansadas porque alguien las estaba desvelando todas las noches.

Sebastián quiso ponerle fin a esas molestias en la madrugada y en el trabajo, así que le contó lo que estaba pasando a Enrique y a César dos de los muleros y les propuso que se quedaran a velar con él esa noche para probar si podían ver qué era lo que estaba pasando. Los dos muleros aceptaron y se entretuvieron jugando naipe afuera del establo, cuando de repente justo a la media noche los perros empezaron a ladrar, las gallinas a cacarear, se escuchó el sonido del viento silbando y moviendo las hojas de los árboles acompañado de un frío escalofriante y el escándalo inició de nuevo dentro del establo, los tres decidieron entrar con precaución y un tanto de miedo por no saber lo que iban a encontrar allí dentro, al abrir las puertas del establo se dieron un gran susto al ver a un pequeño hombrecito subido en el lomo de una de las mulas, era bigotudo, moreno y vestía de negro con un gran sombrero, este hombrecito al verlos le jaló las riendas a una de las mulas e hizo que se parara en dos patas, los muleros y Sebastián intentaron atrapar al pequeño hombrecito pero este al ver cuáles eran sus intenciones se hizo invisible y escapó.

Después de esto los muleros y Sebastián estuvieron haciendo planes sobre cómo engañar a su dolor de cabeza, pasaron toda la tarde pensando hasta que al fin dieron con una posible solución, fueron a encerrar a las mulas a otro establo y en su lugar pusieron caballos hechos de madera que les había alquilado un artesano del centro de la ciudad. Estaban jugando naipe en el mismo lugar cuando empezaron a escuchar ruido dentro del establo, entraron a ver y encontraron nuevamente al hombrecito subido esta vez sobre uno de los caballos de madera que habían puesto, intentando trenzarle las crines y al ver que lo habían descubierto nuevamente jaló de las riendas del caballo, cayendo al suelo con todo y la figura del caballo, Sebastián y los otros empezaron a carcajearse al verlo en el suelo, el hombrecito al ver que estaba rodeado de figuras de madera, se echó a correr y jamás volvió a acercarse a esa finca.

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