Mitos y Leyendas guatemaltecas

jueves, 12 de enero de 2012

El Hueso del Gato Negro



Los carruajes pasaban lentos, como haciéndole burla a los pocos automóviles estacionados frente a la estación central de los ferrocarriles.

1926 se marcaba triste y melancólico en el barrio de la estación, donde llegaban de todas partes de la República y otros países centroamericanos a laborar, allí donde había fama de "vacas gordas" de la empresa, cuando florecían las bananeras de Tiquisate, Bananera y Puerto Barrios. La United Fruit Company era la "Todo poderosa" desde que se había instalado en Guatemala, Gozandio de Canonjías, desde que gobiernos poco nacionalistas habían entregado tierras y privilegios a los empresarios del poderoso imperio.

Por aquellos años, la ciudad de Guatemala principiaba a presumir de señorita moderna y capitalina, despojándose del ropaje provinciano de finales de siglo pasado y principios del presente [esto es siglo XX]. La novedad del año eran los anuncios luminosos, que eran el asombro de los noctámbulos chapines.

Una tarde del año en mención, en las bancas de madera en la sala de espera de la estación había un hombre moreno, originario de Honduras, sentado como esperando a alguien. Narraba aquel extraño sus aventuras en el mundo y el secreto ya perdido de algo que él guardaba con mucho celo: El hueso del gato negro. ¿Qué era aquel pequeño hueso? Posiblemente una especie de talismán o amuleto que el hombre tenía y que a cada persona que encontraba le hablaba de sus maravillas, de su portento, de sus cualidades. Su nombre: Carlos Gamboa, conocido únicamente por su apellido.

Narraba Gambio, hombre corpulento, honrado y a carta cabal, que por su mala cabeza había perdido la influencia de su talismán. Pero indicaba a la vez, que no pararía hasta encontrarlo y entonces todo sería distinto. "Yo antes tenía mucho pisto hasta para regalar, gracias al hueso del gato negro", se lamentaba y continuaba: "Allá en Honduras, en la costa norte, conseguí algo que mucho me ayudó a vivir, pero por tonto lo perdí y ahora ando como me ve..."

Aquél hombre manifestaba, según decía, al principio un escepticismo sin límites, pero desde que tuvo el hueso del gato negro pensaba todo lo contrario. Consiguió aquél pequeño hueso en los barrios pobres del puerto de La Ceiba, en Honduras, pero en realidad no sabía ni cómo había llegado a sus manos el huesito en mención. Comentaba que en una ocasión, antes de obtener el hueso, un amigo le dijo "¿Querés una taza de café? Gamboa, aún incrédulo, le manifestó que sí, el hombre lanzó al río Ulúa y como cosa de magia le sacó una taza de café sin perder su sabor y caliente, que era lo más curioso.

Un día, el amigo falleció y Gamboa heredó el hueso del gato negro, cuando velaban el cadáver del hombre, pues en un descuido lo tomó y se quedó con él para siempre. Cuando llegó a su cuarto donde vivía, como llevaba hambre pidió al huesito que le diera algo de comer. Esperó en vano como diez minutos, pero finalmente una vecina le llevó comida, indicándole que le convidaba con motivo del día de su cumpleaños había hecho un almuerzo especial y como él no había llegado le había guardado un poco. Gamboa tomó el hecho con incredulidad y dijo que eso era una coincidencia, pero jamás una obra positiva del hueso del gato negro. Después salió Gamboa a la calle a tomar un poco de aire fresco por el calor que hacía en el cuarto, pensó en los poderes que el amigo fallecido le acreditaba al huesito, y por probar le pidió que deseaba viajar, conocer otros países.

Siguió caminando rumbo a un bar cercano al muelle, allí encontró a un hombre que enganchaba gente para laborar en un barco nuevo que atracaría en La Ceiba y que tocaba varios puertos de la América del Sur. Gamboa no salía de su asombro al verse contratado por el colombiano que había conocido esa noche. Las cosas para el hombre de nuestro relato principiaron a cambiar en forma radical y positiva.

Se cuenta por testigos que le conocieron que llegó a tener dinero, pero lamentablemente todo lo despilfarró. Aún así, el dinero le llegaba a manos llenas y le salían contratos para trabajo, sin que él los buscara.

De una vieja bolsa de papel, atada con unos cáñamos, sacaba ajadas fotografías, donde Gamboa aparecía con bellas mujeres en países lejanos. Lo que narraba el moreno no era mentira; por el contrario, había pruebas que demostraban la certeza de su narración. Comentaba nostálgicamente que según le había contado su amigo fallecido en Honduras, en un ritual especial, realizado el día viernes, se preparaba el hueso del gato negro, se sacrificaba al felino y después a todos y cada uno de los participantes en el ritual, les entregaban un hueso y estos tenían que jurar, que de los beneficios que obtuvieran, ya en comida o dinero, tenían que compartirlo con quienes tuvieran menos que ellos. Es decir, con la gente necesitada de fortuna y comodidades. Quien no cumpliera con aquél pacto perdería el hueso del gato negro y todos sus privilegios. Parece ser que Gamboa había incumplido aquél pacto y se lamentaba de haber perdido su amuleto.

Una tarde que ha quedado lejana en el recuerdo, un viejo médico reconoció en la morgue del hospital el cadáver de Gamboa, quien había muerto en plena vía pública como consecuencia de una congestión alcohólica. Uno de los puños lo tenía fuertemente cerrado, como queriendo ocultar algo en la mano derecha. Aquél médico, que conocía la misteriosa historia del hueso del gato negro, con el bisturí rompió un tendón de la mano del fallecido y la mano se fue abriendo poco a poco, hasta mostrar el hueso del gato negro que Gamboa finalmente había encontrado, pero que ya no le funcionaba.

El doctor lo metió en la bolsa de la bata blanca y se lo llevó a su casa, allí ordenó a una de sus empleadas que ante él quemaran ese pequeño hueso. Dicha operación se realizó en el patio de su residencia y, justamente, cuando quemaban el hueso, se escuchó el maullido de un gato y luego el felino que salía corriendo de entre las llamas, hasta perderse en los tejados vecinos. El viejo médico únicamente se santiguó y dejó hecha una cruz de ceniza donde supuestamente se quemó el misterioso hueso del gato negro.

Tomado del libro ''La Calle dondo tú vives'', Héctor Gaitán.

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