El chirrido de las viejas persianas anunció la llegada de don Renán Torreblanca, a la cantina de don Mercedes, en el chapinísimo sector de la Calle de las Túnchez, de la capital guatemalteca.
El olor al fermento del aguardiente le llegó abriéndole más la gana del trago cotidiano. Don Renán era un hombre taciturno, llegaba a menudo al estanco de nuestro relato y, siempre apartado de los parroquianos se sentaba alejado en una mesa del fondo.
Desde que llegaba los comentarios no se hacían esperar por parte de quienes lo observaban. —No me lo van a creer pero don Renán es un hombre raro, con estos ojos que algún día se comerán los gusanos, lo he visto desaparecer de mi vista.
El que hablaba era un obeso carpintero que cumplía con las órdenes de Baco, en el estanco.
—Eso sí que no te lo creo vos; porque eso sólo se lee en las novelas —respondió el amigo, agregando —solo viendo lo creería.
El olor a las fritangas invadía el espacio y las risotadas apagaban los comentarios. Don Mercedes con su limpiador al hombro y su gabacha, departía con sus clientes mientras les servía las tandas.
— ¡Tanda servida, tanda pagada! Repetía el cantinero, agregando —Para evitar clavos posteriores.
Todos celebraban la puntada con una sonora carcajada.
Don Mercedes se fue acercando a la mesa del carpintero y el amigo que le acompañaba. Al calor de los tragos el tema era don Renán, que lejano de los comentarios, tomaba una copa lejos del grupo.
—Yo sí que no creo en esas cosas, pero ya son varios los que han visto desaparecer a don Renán —agregó el cantinero.
— ¿Y qué le han contado don Mercedes?
—Bueno, no es que yo sea chismoso, pero la vez pasada, justamente donde están ustedes sentados, estaba tomando el finado Félix, ya estaba un tanto borracho, cuando salió atrás de don Renán.
Al poco tiempo regresó todo asustado gritando y diciendo que había visto palpablemente cómo don Renán había desaparecido ante su vista. Con decirles que la gran soca se le fue del puro susto, pero yo lo atribuí a los tragos que don Félix se había tomado.
El carpintero, un tanto más curioso, trataba de persuadir al cantinero para que le hiciera la lucha de sacarle en plática a don Renán cómo estaba el asunto, pero aquel hombre raro y solitario no soltaba prenda. Finalmente, el cantinero indicó que trataría de hablar con el hombre, pero que por favor hablaran más quedito porque podía escuchar el comentario que de él se hacía.
Así las cosas y los días, don Renán continuaba llegando al estanco de una Guatemala que ya se fue para no volver, con sus calles empedradas y carruajes realeros. Aquella tarde la calle de las Túnchez parecía más animada, los trenes de mulitas con carbón procedentes de Palencia, así como los arrieros hacían más escándalo que de costumbre, pregonando el carbón y las cargas de leña.
En la cantina “La Copa de Oro” el bullicio no se hacía esperar. Una vez más el chirrido de la persiana anunció la llegada de don Renán. Solicitó don Meches, el cantinero, fue hasta la mesa de nuestro personaje para ofrecerle su servicio.
— ¿Qué tal don Renán, cómo lo trata la vida? Saludó el cantinero muy sonriente. Don Renán sin verle a los ojos le respondió:
—Pues como lo ve, don Meches, trabajando duro y dando la vuelta por aquí para relajarme un poco, porque no todo es trabajo en esta vida.
El cantinero, mientras limpiaba la mesa, le respondió: —En eso sí que tiene razón, pero lo veo tan solitario siempre, sin amigos, sin quien lo acompañe en su mesa y por eso mi pregunta: ¿porqué tan solitario y sin compartir?
—cuando escuchó esto, don Renán lo fulminó con la mirada, respondiendo:
—La verdad es que uno tiene que escoger a sus amigos y no alternar con cualquiera. —El cantinero se sintió mal por la pregunta indiscreta y como para ablandar el momento sugirió:
—Bueno, disculpe una vez más, no volveré a preguntar nada y me dirá que le sirvo.
Ahora don Renán fue el que sonrió sarcásticamente, respondiendo:
—Lo de siempre, don Meches… lo de siempre…
No cabe duda que la pregunta cayó como balde de agua fría y el cantinero se retiró muy cortésmente de la mesa de don Renán simulando una sonrisa.
Al poco tiempo don Renán abandonó la cantina rumbo a la calle, sin despedirse de nadie. En ese momento el cantinero fue llamado por los parroquianos que ocupaban la mesa del carpintero. Fue éste el que preguntó cómo le había ido con don Renán.
—Pues verán, pero a este hombre no se le saca nada; es más, como que se mosqueó cuando quise llegar al meollo del asunto y mejor me quedé callado porque prefiero mantener un cliente que perderlo.
El carpintero sorbió la copa de licor y chupó un poco de limón para luego concretar:
—A mí se me está afigurando que el tal don Renán hasta puede ser alma de la otra vida. —Hoy sí que me hizo reír, los espantos no chupan, sólo espantan. —acotó el cantinero.
La carcajada fue generalizada en la mesa, todos sacaron chiste de la puntada.
—Bueno, tienen razón, don Renán es como nosotros, de carne y hueso, pero yo hasta no ver no creer como dijo Santo Tomás.
Un hombre bajito de abdomen prominente y gran bigote, se acercó a la mesa y pidiendo disculpas por meterse donde no lo llamaban, habló con aire de conocimiento en la materia:
—Pues verán, yo he leído un mi poquito, soy tan tonto como puedan creer, pero según los entendidos en la materia hay personas que desaparecen porque su cuerpo astral se los permite, es decir, tienen dos cuerpos, el astral y el físico.
Un tanto incrédulo don Mercedes atacó de nuevo al que hacía el comentario:
—Barajéemela más despacio, por favor y cuénteme que esto está mero interesante. —Ahora el hombre bajito y barrigón se sentó sin pedir permiso y principió a explicar el fenómeno:
—Bueno, como les decía, hay personas que tienen esa virtud: es decir, la de tener dos cuerpos: el astral y el físico que todos tenemos, y estas personas, sin quererlo, se manifiestan muchas veces en dos sitios a la vez. A esto los conocedores en la materia le llaman “Bilocación” y otros le llaman “fantasmas vivientes”. Yo creo que en esa fase está don Renán.
Por cuenta de la casa, don Mercedes le sirvió un trago al hombre bajito, mientras comentaba en voz alta:
—Hoy si me la pusieron difícil y créanme que ya me está dando miedito, porque don Renán a veces se queda aquí hasta que cierro el negocio y su mirada profunda y rara lo pone a uno en el avispero.
Alguien gritó desde el fondo que solicitaba bocas para mesa cinco y don Mercedes tuvo que abandonar al grupo. Mientras tanto, uno del grupo comentó que el caso de don Renán era realmente extraño, muy extraño y que era primera vez en su vida que escuchaba un comentario de los espantos vivos. Aquella mesa daba justamente a la punta del mostrador, muy cerca de la barra, desde allí don Mercedes hizo otro comentario como para extender la charla.
—Bueno, pues desde hoy en adelante lo voy a controlar más de cerca porque ustedes ya me pusieron en qué pensar. Imagínense uno hablando con un muerto. ¡Dios me guarde! Es capaz que caigo muerto del susto, pero ya se han dado casos y por eso no hay que creer ni dejar de hacerlo. Y explicado el asunto como lo hace aquí el señor pues hombre, hay mucho de raro en el caso.
El ayudante de don Mercedes mientras limpiaba unos vasos, comentó desde lejos:
—Lo mejor sería seguirlo la próxima vez, regularmente el viernes es cuando se echa sus capirulazos más de la cuenta y se va un poco tarde. Es cuestión que dos valientes se pongan de acuerdo y seguirlo para salir de dudas; eso sí, háganlo ustedes porque lo que soy yo, por baboso.
Invitaron a don Mercedes para formar el dúo que seguiría a don Renán, pero éste con toda educación rechazó la oferta, aduciendo que el negocio lo tenía que atender y más aún tratándose del día viernes, que era cuando más gente llegaba.
Llegó el día viernes esperado, que lamentablemente lucía gris y la lluvia a manera de temporal arreciaba y después continuaba con una llovizna pertinaz. La cantina lucía desierta porque la lluvia había caído durante todo el día. En ese momento entró don Renán, con más borrachera que alegría, un tanto platicador, lo cual era raro en él.
—Qué bueno verle por aquí, don Renán, ya sé, le servimos lo mismo de siempre. —Pero como ya se indicó, don Renán iba dos que tres entre pecho y espalda, respondiendo en el acto con voz aguardentosa:
—Así me gusta don Mercedes, que atienda y que no haga preguntas. ¿Pero qué me cuenta don Mercedes?
—Pues aquí como lo ve, espantando moscas porque con la lluvia se pone silencio, pero así es el negocio.
Mientras la lluvia arreciaba, los otros dos hombres entraron al establecimiento. En tanto don Renán se fue al fondo, a la misma mesita para tomarse solo el trago. Así pasaron dos horas y finalmente el hombre de nuestra historia como pudo se levantó, pagó la cuenta y se retiró.
Fue el momento en que don Mercedes cerró el establecimiento y siguió los pasos de don Renán en compañía de los dos hombres que deseaban salir de dudas en torno al inexplicable caso de don Renán.
El hombre daba la impresión que caería de un momento a otro debido a la gran borrachera que llevaba, los dos hombres le seguían muy de cerca. Don Renán para acortar camino se introdujo por un predio baldío para salir a la otra calle. Los curiosos se quedaron apreciando la escena entre unos matorrales; era imposible perderle de vista ya que ellos lo tenían a pocos metros de distancia.
De pronto fue el carpintero el que asombrado gritó: — ¿Pero qué es lo que veo, Dios mío?
El acompañante por poco y se va de esta vida al ver cómo don Renán desaparecía ante sus ojos.
— ¡Una vez más don Renán ha desaparecido ante la vista de nosotros! —agregó el compañero, más pálido que un muerto. Los hombres se quedaron de una pieza, asombrados ante lo que miraban. A don Renán parecía como que si se lo hubiera tragado la tierra y todo quedó en silencio. Cuando se recuperaron corrieron rumbo a la cantina, que ya estaba cerrada. Llegaron jadeantes y fue el carpintero el primero que habló.
— ¡Si no lo hubiera visto no lo creo, pero ahora sí estoy seguro que don Renán es alma de la otra vida!
Después de un silencio prolongado donde los tres hombres sólo se miraban las caras, se escuchó que alguien tocaba puerta. Nadie tuvo el valor de abrirla, pero finalmente fue el cantinero quien tomó la iniciativa de hacerlo. El susto fue mayúsculo, así como el grito de espanto que el hombre emitió asustando a sus compañeros.
Cuando se hubo repuesto y ante la insistencia del hombre de tocar la puerta preguntó: — ¡Sos de esta o de la otra, en qué penas andás…! —Mientras tanto don Renán desde afuera les gritó:
— ¡Qué penas ni que ocho cuartos, con esta ya son tres veces las que socado me voy entre la zanja y quiero un trago porque me estoy muriendo del frío…!
Tomado del libro “Leyendas de vivos, espantos y aparecidos” del autor Héctor Gaitán.
ESTIMADOS HERMANOS:
ResponderEliminarSolicito consagrarme divinamente y demoníacamente por Fátima, la lider de las ánimas de Fátima del purgatorio, como tambien solicito realizar la voluntad de la tal más no mi voluntad. Hubo un impostor con quien solicité a ustedes acreditarme paranormalmente y tambien parasicológicamente y como tambien esotéricamente con la tal, pero quizás el tal me denigró con ustedes.
Atentamente:
Jorge Vinicio Santos Gonzalez,
Documento de identificacion personal:
1999-01058-0101 Guatemala,
Cédula de Vecindad:
ORDEN: A-1, REGISTRO: 825,466,
Ciudadano de Guatemala de la América Central.